El Solsticio de Invierno, conocido en el paganismo como Yule (del sajón 'Jól', rueda) se celebra el 21 de Junio en el hemisferio sur, durante la noche más larga del año.
Como todos los cambios estacionales, este evento se ha conmemorado desde tiempos inmemoriales entre los celtas, griegos, y vikingos.
Pero quizás este sea el más especial, pues simboliza el final de la parte oscura del año, ya que a partir de ella los días comienzan a hacerse más largos, la luz a reinar otra vez.
Tras el frío, que aun persistirá durante un tiempo (pero cada vez menos) la naturaleza se prepara para renacer, completando una vez más el eterno ciclo de nacimiento, madurez, muerte y renacimiento que encontramos presente en todos los seres que la componen.
Una antigua tradición que se usa - en los modernos 'covens' - es la quema del tronco de Yule.
También la comida es una torta en forma de tronco de chocolate.
Este madero - normalmente de pino o roble - se hacía arder durante toda la noche en los hogares, y se consideraba que sus cenizas traían suerte al mismo.
Tal práctica, ya efectuada entre sumerios y egipcios, fue luego adoptada por los celtas, quienes antes de hacer arder el tronco lo adornaban con hojas de hiedra, piñas, acebo.
Todos los miembros de la familia dejaban a su lado ofrendas y golosinas.
Pero más allá de eso, y cualquiera sea el ritual elegido para honrarlo, espiritualmente Yule es siempre la época en la que renacen nuestras energías, y es el momento de llevar a cabo nuestros proyectos, cuyos resultados cosecharemos en la mitad luminosa del año.
Es también el tiempo de reunirnos con nuestros seres queridos, de contar historias a la luz de la lumbre y recordar con amor a los que ya no están con nosotros...
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