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Tema relacionado: Las tres Leyes Naturales de la arquitectura eclesiástica - REFLEJO DE LA TEOLOGÍA




Uno de los principios básicos generalmente aceptados por los arquitectos, al menos durante un milenio, es que el entorno edilicio tiene la capacidad de afectar profundamente a la persona — la forma en que actúa, la manera en que siente y el modo en que ella es —.

Los arquitectos eclesiásticos del pasado y del presente entienden que la atmósfera que genera el templo afecta no sólo el culto, sino también la fe.

En última instancia, lo que creemos afecta la forma en que vivimos nuestras vidas.

Es difícil separar la teología y la eclesiología del entorno de culto, sea una iglesia tradicional o una iglesia moderna.

Si un templo católico no refleja la teología y eclesiología católica, si la construcción debilita y desprecia las leyes naturales de la arquitectura eclesiástica, los fieles arriesgan acepar una fe distinta al catolicismo.

La arquitectura no es aséptica.

Por eso es que el Código de Derecho Canónico explícitamente define al edificio iglesia como “ un edificio sagrado destinado al culto divino ” (canon 1214).

El Catecismo de la Iglesia Católica reitera el punto y va más allá al establecer que las “ iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo ” (n. 1180).

Ésta es una tarea formidable, sabemos, y el arquitecto actual naturalmente se pregunta cómo un simple edificio puede lograr algo así.

Afortunadamente, no se encuentra solo en un peligroso vacío, sino que tiene a su alcance más de mil quinientos años de oficio sobre el que reflexionar.

Cuando uno se asoma a la gran herencia arquitectónica de la Iglesia, descubre que desde las primeras basílicas cristianas de Roma hasta las iglesias neogóticas de comienzos del siglo XX en América, las leyes naturales de la arquitectura eclesiástica se siguen fielmente para diseñar iglesias católicas que logran su objeto, edificios que sirven a Dios y al hombre como estructuras trascendentales, que transmiten verdades eternas a la generaciones futuras.

Consideremos, por ejemplo, Notre Dame de París, la joya de la corona parisina, quizá la más famosa de las grandes catedrales cristianas.

De esta obra maestra arquitectónica han hablado con devoción incontables crónicas, poemas, novelas y obras artísticas.

Considerando que, si lo pensamos, no es la más alta, ni la más grande, ni siquiera la más bella de las catedrales, no se explica fácilmente en el plano natural la universal atracción que ejerce Notre Dame.

Existe algo más.

Más aún, la familiaridad que podemos adquirir a la distancia por medio de guías de viaje, libros de texto, artículos de revistas, películas e, incluso, historietas no se deduce fácilmente del sentido sobrecogedor de bondad, belleza y verdad que el peregrino siente durante su primera experiencia personal en esta iglesia.

Sus arbotantes, sus vitrales, su gran rosetón con sus formas que asemejan pétalos de una flor, sus portales ricamente tallados, las alturas impresionantes de sus columnas que florecen hacia sus arcos, sus muchas reliquias y relicarios, sus altares y la presencia de Jesús en su gran tabernáculo, todo obra en conjunto para elevar la mente del peregrino hacia las cosas celestiales.

En esta catedral, la fe está encarnada, del mismo modo que el catolicismo es una fe encarnada —“ la Palabra se hizo carne ”—.

El reino de Dios se nos manifiesta, siglo tras siglo, por medio de este edificio eclesiástico, piedra sobre piedra, escultura tras escultura tallada en la roca, construida y cavada con manos humanas — un evangelio en piedra traído a la vida —.

Notre Dame es fácilmente reconocida como una de las formas de arte más noble, arquitectura del más alto rango, un edificio plantado como un “ lugar sagrado ” — un lugar sagrado que es, primero antes que nada, una casa de Dios, un lugar para su habitación terrenal, formado a la manera de las cosas celestiales —.

¿ Pero que lo hace así ?

Primero, Notre Dame es maciza y durable, pensada para resistir la violencia del hombre y la brutalidad de la naturaleza.

Sirvió como testigo silencioso de la tumultuosa historia de Francia en los últimos más de ochocientos años en el corazón de su gran capital.

Se yergue como sobreviviente de distintas épocas, testimoniando la permanencia del Evangelio y la sociedad cristiana, a pesar de la secularización de casi todo lo que hay a su alrededor.

El edificio ha trascendido tanto al tiempo como a la cultura — un logro nada fácil —.

Es una ESTRUCTURA PERMANENTE.

Segundo, lo celestial y lo eterno es evocado a través de las impresionantes alturas de los espacios interiores de la catedral, hechos posibles mediante muchos elementos del sistema estructural gótico (los arcos ojivales, los arbotantes y contrafuertes y las bóvedas de crucería, por ejemplo).

De este modo, es una ESTRUCTURA VERTICAL.

Tercero, la gran catedral es “ traída a la vida ” como un evangelio en piedra mediante sus muchas obras de arte sacro, cuyas bellas representaciones artesanales, tanto figurativas como simbólicas, que señalan mucho más allá de ellas mismas, hacia verdades religiosas.

En otras palabras, Notre Dame presenta una ARQUITECTURA ICNOGRÁFICA.

 El peregrino casi puede escuchar al patriarca Jacob, luego de su sueño con los ángeles ascendiendo y descendiendo del cielo, anunciar:

 “ ¡Cuán digno de todo respeto es este lugar! ¡Es nada menos que la Casa de Dios! ¡Ésta es la puerta del Cielo! ” (Gn. 28:17)...




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fuente: fragmento de Ugly As Sin (Michael S. Rose)
imagen: Catedral de Notre Dame (París, Francia)





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