Hace unos meses les comentaba sobre la importancia de este tema en la tradición del Tarot, que no hace ningún tipo de distinciones en su simbología.
Hoy me da mucho gusto y orgullo saber que todo el mundo - sea de la orientación sexual que sea - puede casarse en mi país, si es su deseo, porque el marco legal ya está.
Además, entre otros cambios, el apellido de los hijos de cualquier clase de pareja podrá elegirse de común acuerdo, o por sorteo, así que tampoco corre más la obligación arcaica y patriarcal de tener que llevar siempre primero el del padre.
Lógicamente, a la Iglesia Católica - a la que también adhiero - no le habrá caído muy gracioso, pero entiendo que las religiones serias no tienen por qué aceptar todo, sólo para que no se le escapen los fieles.
Parece que el problema pasa por la palabra 'matrimonio' que viene de 'matriz', tomándola literalmente cuando en realidad es sólo simbólica.
No es la primera vez que dicha institución comete un grave error, pero - como toda organización humana - no está libre de pecado, y mientras evoluciona, uno en vez de descartarla, la rescata y valoriza por todo lo bueno que también ha podido ofrecer durante tantos siglos.
Al menos esa es mi posición actual, muy lejos de cualquier tipo de resentimiento o crítica, y más cerca de la comprensión amorosa.
Cuestión que en un país laico como éste, al fin de cuentas ese no deja de ser un tema menor (o así debería serlo), mientras que el más importante es la alegría por esta recién lograda igualación de derechos para todos sus ciudadanos, cualquiera sea su fe, género, raza o condición sexual (cosa que hasta ahora sólo sucedía a la hora de pagar impuestos), y sin ningún tipo de visión idílica ni peyorativa apriori, algo sin dudas para celebrar, porque como decía Richard Bach en su Juan Salvador Gaviota:
- La única Ley Verdadera es aquella que conduce a la Libertad...-
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