Al llegar don Tomás al abra pacientemente se bajó de su
mula, sacó de las alforjas una piedra blanca recogida en el camino, una botella
de ginebra y un paquete de cigarrillos, mientras masticaba el acullico de coca
como queriéndole extraer todo el zumo a las hojas.
Se dirigió hacia la apacheta, se arrodilló con un sublime
respeto y depositó la piedra en ella.
El silencio se adueñó del paisaje y hasta el viento cesó
como respetando la ancestral ceremonia del anciano.
Abrió la botella de vidrio verde y roció la bebida
alcohólica sobre el montículo de piedras, echó un sorbo y la dejó al costado;
escupió el acullico de coca sobre la apacheta y encendió un cigarrillo mientras
de sus labios salía el nombre de 'Pachamama'.
Luego de unas pitadas, corrió una roca de la base de la
apacheta y sobre el arenoso terreno introdujo el cigarrillo encendido, con el
filtro enterrado, como queriéndole dar de fumar a la Tierra.
Sacó de su bolsillo un puñado de hojas de coca, seleccionó
dos o tres y - tomándolas con las dos manos, mientras rezaba en voz baja una
oración - estiró los brazos llevando las hojas y su mirada, hacia el cielo
primero, y luego hacia la apacheta, repitiendo esta acción rápidamente unas
tres veces.
Finalmente depositó las hojas entre las blanquecinas rocas
de aquel extraño y pétreo altar.
El cigarrillo se había consumido.
El anciano se incorporó, recogió la botella y la introdujo
en la alforja, ciñó la montura de su animal aprestándola para el descenso, montó
la mula y rompiendo el silencio dijo 'Sigamos'.
El viento - cual cómplice del rictus - empezó a soplar, y el
atardecer dibujaba largas sombras en el quebrado paisaje.
Todo parecía estar preparado para este diálogo telúrico
entre el anciano y la Madre Tierra, cuyo interlocutor, sin duda, parecía ser la
apacheta.
Y es que en el mundo andino la roca es un objeto de culto,
que posee un simbolismo y trascendencia difíciles de comprender para nuestra
mentalidad citadina.
Literalmente, las apachetas son montículos artificiales de
piedras, levantados en honor a la Pachamama, como lo refirió la narración
anterior.
Su forma es más o menos cónica, y van desde monumentos de
pocos centímetros de altura, hasta enormes volúmenes rocosos, cuya base puede
llegar a tener un diámetro aproximado de 10 metros y una altura de tres.
Por lo mismo poseen casi siempre una base amplia, debido a
los permanentes derrumbes y a que no es costumbre reconstruirlas.
Generalmente se hallan en las abras (desfiladeros),
portezuelos, partes altas de una cuesta, y - aunque escasamente - en algunos
lugares llanos, como playas y puentes.
Todos aquellos montículos que no posean estas
características no son apachetas, sino mojones.
Y queda clara la función religiosa y ritual de los mismos, y
su relación con las sendas y los caminos.
Tú puedes crear la tuya o agregarle una piedra cada vez que
te encuentres una, siempre agradeciéndole a la Pachamama por velar de tus
pasos, y sin olvidarte jamás de pedirle un deseo...
- Aquí con mi apacheta, hace un par de años en Patapampa
(Chivay-Arequipa, Perú), cerca de donde se encontró la momia
de la dama secerdotisa de Ampato -
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simpatías y otras fórmulas esotéricas en
TAROT DE MáXIMO
fuente: de la ofrenda de Don Tomás Apaza en un abra ubicada
en los contrafuertes del Nevado de Cachi en Salta, Argentina
(Diccionario de Mitos y Leyendas - Equipo NAyA - cuco.com.ar)