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Irreflexión: La homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia sí - HAY QUIEN DICE QUE NO ES CATÓLICO




El miércoles 3 de noviembre (2011) es un día excepcional en Bergen, Noruega, la ciudad más lluviosa de Europa, porque el sol calienta el patio de la Escuela de Economía de Noruega, donde se reúnen para una fotografía grupal hombres y mujeres que han sobrevivido a condenas de muerte, que han pasado años o décadas en la cárcel o exiliados, que fueron torturados y perseguidos por pertenecer a minorías étnicas, religiosas o sexuales.

Raúl Vera López se enfunda el hábito de dominico y se peina el delgado cabello blanco para tomarse una fotografía con defensores de derechos humanos de todo el mundo, entre ellos una premio Nobel de la Paz.

El obispo recibió en 2010 el premio de la Fundación Rafto para los Derechos Humanos, uno de los más importantes del mundo — cuatro laureados de Rafto obtuvieron después el Nobel de la Paz —, cuando el comité de selección valoró el número de batallas en las que estaba involucrado: la defensa de los transmigrantes centroamericanos, los mineros de carbón, los homosexuales, los indígenas, las trabajadoras sexuales, los familiares de desaparecidos de la guerra contra el narcotráfico, los deudos de la mina de Pasta de Conchos (donde sesenta y cinco mineros murieron sepultados), o los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (despedidos en masa de una empresa paraestatal en octubre de 2009).

A Raúl Vera no lo han torturado o exiliado, pero ya tomó precauciones: en su muñeca izquierda porta una pulsera de acero con su nombre, sus datos de contacto, su tipo de sangre, su alergia a los antibióticos.

- Para que el día que me disparen sepan quién soy - dice.

Goza de fama de trasnochador y fiestero.

Y bien ganada!

El obispo de Saltillo se siente tan cómodo en el bullicio de una cantina, como en el silencio de su reclinatorio, y tan a gusto celebrando misa con prostitutas en Viernes Santo, como discutiendo dogmas de fe con teólogos del mundo.

Siempre está conversando — ya sea con alguien más o consigo mismo — y por eso tarda eternidades en las pequeñas tareas de la vida cotidiana, como vestirse o estacionar el coche.

Y es tan celoso de su dosis diaria de oración, que a menudo se disculpa en medio de una sobremesa, sube a la capilla del segundo piso de su casa y celebra la misa en soledad.

Sencillo en las necesidades de su vida diaria, Vera López duerme en una camita igual a la de sus tiempos de novicio, y vive en una casa de amueblado rústico, en cuya sala cuelga un cuadro que le regalaron indígenas de Chiapas cuando dejó la diócesis de San Cristóbal, con decenas de pequeñas manos y la leyenda 'Jtatik, no existe lejanía'.

Deportista en su juventud (aunque impedido de correr tras una fractura mal cuidada en la pierna izquierda), dedica unos cincuenta minutos diario a caminar, tiempo en el que prepara mentalmente su sermón del día.

La noche del sábado 5, unas jóvenes voluntarias de la fundación lo llevan a tomar una cerveza al bar Biskopen, y cuando le dicen que el nombre del bar significa 'obispo', Vera López canta el merengue puertorriqueño: 'Mamita, llegó el obispo, llegó el obispo de Roma / si tú lo vieras, mamita, qué cosa linda, qué cosa mona...', y da algunos pasos de baile a las puertas del local ,frente a unas sorprendidas y emocionadas voluntarias.

Unas horas antes, sin embargo, se apasiona, manotea, levanta la voz cuando explica - una vez más - la teología de Santo Tomás de Aquino y la vida de Domingo de Guzmán, Vicente Ferrer y Catalina de Siena, tres santos de su congregación.

Pareciera indignado cuando su tez blanca — fue pelirrojo y pecoso antes de encanecer — se torna rosada, aumenta la potencia de su voz y agita el índice de la mano derecha.

En las reuniones con obreros despedidos, campesinos despojados, transmigrantes extorsionados, homosexuales perseguidos y esposas de hombres desaparecidos, es un diapasón que vibra al ritmo de las denuncias que oye.

Pero de inmediato la indignación abre paso a una calidez de abuelo: con las dos manos estrecha la cara de las mujeres y después les planta un beso por mejilla.

Raúl Vera trata a la gente que acaba de conocer como si fuera su amigo de toda la vida.

Cuenta su propia vida como una sucesión de pérdidas personales y cambios de mentalidad, que lo llevaron de la autosuficiencia intelectual - de teólogo boloñés - a terminar, según se define, como 'un pastor entre los excluidos'.

Primero le bajaron los humos los habitantes de San Pedro Nexapa, una comunidad a sesenta kilómetros al oriente de la Ciudad de México, donde se desempeñó como maestro de novicios al terminar sus estudios sacerdotales en Italia.

Ahí, Raúl Vera predicaba un evangelio que sólo conocía en la teoría, mientras los campesinos lo vivían todos los días, partiendo el pan con sus vecinos.

- Me cuestioné muy seriamente quién estaba enseñando a quién - recuerda.

Al ser enviado a Chiapas tuvo que enfrentar una pérdida más: despojarse de las estructuras culturales que le impedían sintonizarse con las comunidades indígenas, quienes le enseñaron que el culto a Dios no se limita a las misas, sino que se le rinde con el comportamiento digno en la vida cotidiana.

- Todas estas pérdidas me han bajado del aire, de las nubes en las que me movía cómodamente -.

Jesús de Nazaret eligió la mayor de las renuncias: abandonó su condición divina para nacer como pobre y perseguido, rechazó las tentaciones de poder y riqueza que le ofreció el diablo en el desierto, y culminó su vida despojada con la muerte en la cruz.

Por medio de estas humillaciones, el nazareno compartió el dolor de los pequeños, los despreciados y los excluidos, y practicó la plena solidaridad con los hombres y mujeres del tramo de la historia que le tocó vivir.

Esta lectura de los evangelios le da a Raúl Vera López sentido a su vida y a su actividad diaria como predicador, pastor de la Iglesia católica y defensor de los derechos humanos.

Sencilla y poderosa, la historia de (un) Dios que se mezcla entre carpinteros, pescadores, campesinos, lavanderas y madres de familia, y se pone del lado de los leprosos y las prostitutas, se torna en un modelo de vida para Vera López, quien - incluso - interpreta su propia biografía como una imitación de esa renuncia: de la arrogancia del teólogo boloñés que fue elevado a obispo, a la decisión consciente de dedicar su tiempo y la influencia de su cargo episcopal a la defensa de quienes padecen injusticias.

Su propia mundanidad, sus veladas con jóvenes en un barrio popular o en una cantina, su lenguaje coloquial y su sentido del humor, integran esa decisión de asemejarse al ser humano común y corriente.

El pensamiento científico al que nunca renunció, y la sociología marxista que le dio la Teología de la Liberación, le proveen un soporte teórico, pero la clave de su militancia a favor de lo que hoy llamamos derechos humanos reside en esa peculiar forma de entender el evangelio, un evangelio por el que 'vale la pena dar la vida', como le decía a los candidatos a frailes dominicos, cuando fue maestro de novicios.

La casa de Raúl Vera López suele estar llena de gente.

Su agenda prácticamente no tiene huecos, pues, como dice el sacerdote Pedro Pantoja - coordinador del albergue Belén Posada del Migrante -, 'no se le escapa ninguna causa', y va de reunión en reunión, ya para escuchar abusos, ya para denunciarlos, a veces adormilado por el desvelo, y aprovechando los minutos de traslado y los tiempos de espera para trabajar en su tableta electrónica o su computadora portátil.

Y eso le ha costado hostigamientos.

- Es una persona muy odiada y muy querida al mismo tiempo. Hay medios que lo están atacando constantemente, para ridiculizarlo y vulnerar su tarea como pastor - cuenta Pantoja.

Roma siempre ha representado, para Vera López, la comunión de la fe.

Afirma que la homosexualidad no es una depravación, y que otros jerarcas de la Iglesia Católica en México deberían tomar el ejemplo del Papa Francisco, que no la condena.

Reivindica los derechos de los gays y las lesbianas, pero ocupa tanto tiempo como sea necesario para explicar por qué las uniones civiles de homosexuales no deben ser equiparadas, ni mucho menos llamadas, matrimonio.

Pero aun dentro de esos límites, no hay duda de que Raúl Vera López es uno de los defensores de derechos humanos más significativos y entrañables del país.

Su causa se resume en que los seres humanos — y las 'seres humanas' — se vuelvan sujetos de su propia historia.

Según esta interpretación del evangelio, la salvación en el Cielo no será posible sin la liberación en la Tierra...



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irreflexiones desprogramadoras en
TAROT DE MáXIMO
fuente: artículo de Emiliano Ruiz Parra
para Gatopardo (gatopardo.com)



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