La conciencia de la persona promedio corre alrededor de la cocina como un cocinero de comidas rápidas demente, agitando este plato, sirviendo aquel, colocando una asadera en el horno solamente para sacarla y poner otra cosa un par de minutos después, realizando comidas enteras sólo para momentos más tarde vaciar la olla en la basura.
La respuesta al contenido de cuál de las cacerolas se termina sirviendo caliente en el plato, depende enormemente del ánimo y de los accidentes.
Es verdad que algunas personas pueden planear su vida como si fuera una campaña militar, pero la mayoría no.
Y es que la gente suele tener muchos más apetitos que horas en el día para colmarlos, y aquellos que son satisfechos en un instante determinado, lo son más por azar que por diseño.
Carreras profesionales completas son dejadas de lado - junto con el tan mentado estatus y la seguridad - en un momento de altísima infatuación sexual; las ganas de comer luchan contra las de ser flaco; el escritor se retira al campo a escribir su novela, pero hace de todo menos escribir; el administrador intenta desesperado terminar el reporte urgente pero se encuentra a sí mismo perdido en el sueño sobre aquel fastuoso auto que vio en el estacionamiento; un estudiante abandona su ensayo importante presa del impulso por salir con sus amigos.
Un hilo de energía es arbitrariamente repetido por una lista de necesidades y deseos contrapuestos, para producir esa tan compleja mezcla que es la 'persona normal'.
Cada actividad es rápidamente reemplazada por otra mientras el ser intenta reconciliar todos sus caprichos e instintos.
Y es que en realidad no existe ningún requerimiento ni obligación para que hayan de ser totalmente consistentes o complementarios.
Por eso es que a veces son tan opuestos, como el afán de fumar y el de dejar de hacerlo.
Así cada uno puede ser tratado como un modo de conciencia distinto: Puedo comerme la pizza hoy y mañana al mirarme al espejo jurar que nunca más toco una.
Es como si dos seres separados habitaran mi cuerpo: Uno que ama las pizzas, y otra que adora ser flaco, y cada uno hace planes con indiferencia de la posición del otro.
Sólo el brillo mágico de la memoria constante es lo que mantiene la ilusión de que soy una única persona.
Pero al analizar mis ansias desapasionadamente puedo concluir en que hay una hueste o ejército dentro de mí, un tumulto de elementos artificiales con sus almas infundidas individualmente y con suficiente energía como para llevar a algunos de ellas a fructificar.
Salgo adelante con el resultado semicaótico de las reglas populares y el remedio tradicional: Las relaciones públicas (entre mis seres internos).
Así pongo juntas varias publicaciones de 'presa interna' ( racionalizaciones y justificaciones) para convencerme a mí mismo - y a los otros, de ser necesario - que si hubo algún desastre fue debido a circunstancias externas a mi control ('anoche no tuve tiempo'), la culpa de los demás ('me hizo enojar'), o de algo inevitable ('no tuve la opción, no me quedó otra').
Y en los casos en que esas 'relaciones públicas' no funcionan, siempre puedo edificarme un relicario a los dioses de la culpa, y realizar por los años ofrendas de pena y arrepentimiento a los mismos.
Esta es la 'conciencia normal' para la mayoría de la gente!
Es un tipo de insanidad!
Todos los días nuevos intereses son impulsados en respuesta a la publicidad de los medios ('cómprese ahora este plasma, le sale con descuento') o la presión de los congéneres ('todavía no te compraste el plasma?'), y los viejos compiten con estos en un juego de suma cero ('no necesito un plasma, tengo televisión'- 'qué van a decir los demás? es una antiguedad, no estás en la movida!').
Así, estos corren adelante y atrás por el escenario de la conciencia como los actores en la escena final de la obra Julio César: Alarmas y escapadas, soldados que llenan el espacio, trompetas y gritos de batalla en el viento, Brutus que cae sobre su espada, Antonio reclamando el campo...
Pero no son esos anhelos los que crean la insanidad , como cree el budismo, que al colocarlos como la causa del sufrimiento considera que se los debe apagar.
Lo hace la 'ley de masas', esos procesos internos bizarros de justificación, racionalización y culpa, y de la identificación del propio ser con el resultado de sus acciones...
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irreflexiones desprogramadoras en
TAROT DE MáXIMO
fuente: Notes on Kabbalah
(Colin Low)