A 130 kilómetros de Cusco, en mitad de un paraje remoto de los Andes peruanos, aupada entre picachos que tocan las nubes a nada menos que 2.350 metros de altitud, y cercada de barrancos, se halla la llamada 'ciudad perdida de los incas', una antigua ciudadela de fábula en la que el poderoso escenario natural que la envuelve se contagia de la fuerza espiritual y mística que irradia el propio complejo.
La perfección de sus construcciones y su conservación, encajonada como está en la cresta de un cerro sobre el valle del río Urubamba, hacen de este yacimiento uno de los tesoros arqueológicos más valiosos del mundo, y desde luego uno de los más cautivadores.
Hasta la llegada a este del explorador estadounidense Hiram Bingham, en 1911, sus ruinas fueron un enigma para todo el mundo.
Se cree que Machu Picchu - que en quechua significa 'montaña vieja - fue construida a mediados del siglo XV por el líder Pachacutec.
Su finalidad, dicen las teorías más sólidas, era hacer las veces de 'llacta', es decir, de asentamiento concebido para administrar la economía de las zonas conquistadas por este imperio, y posiblemente también para poder albergar a los miembros más selectos de su aristocracia, en caso de que fuese en algún momento necesario.
Y así ocurrió con la conquista española de Cusco en 1532, tras la que Machu Picchu fue elegida como refugio, y - sobre todas las demás acllas - para servir al dios sol, Inti, hasta que fue abandonada probablemente al ser capturado Tupac Amaru, el último inca rebelde.
Fue la llacta más hermosa y también la más inaccesible.
De hecho las sendas que conducían a Machu Picchu estaban prohibidas para las castas inferiores, y su emplazamiento era ya entonces un secreto militar, que ayudaban a preservar los abismos y la maraña de selva que la envuelve, así como el angosto, disimulado y único acceso de esta ciudad sagrada que hoy se erige como Patrimonio de la Humanidad.
Al parecer, Machu Picchu estaba dividida en tres áreas principales: la zona residencial, con la morada de los sabios (o 'amautas'), las habitaciones de forma trapezoidal que ocupaban las princesas (o 'ñustas') y el sector de casas, dispuestas sobre una pendiente destinadas a la nobleza; además del barrio popular y el barrio sagrado, dedicado este último a su divinidad principal.
Es en esta zona donde se encuentran las principales joyas: la Intiwatana (piedra donde se 'ata' al sol), el Templo del Sol y la Habitación de las Tres Ventanas.
Entre templos, santuarios, plazas y espacios residenciales, el recinto suma unas 140 construcciones que siguen el estilo clásico de edificación inca, con muros pulidos y juntas perfectas en las que no queda la menor holgura entre las piedras.
Laberintos de escalinatas y canales de agua comunican todas ellas, que aparecen rodeadas ladera abajo por los cultivos escalonados en terrazas, en los que crecía el maíz o la patata, permitiendo a Machu Picchu ser autosuficiente; algo indispensable dado su aislamiento y su misterio...
En ocasión de mi visita al lugar,
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