Para nuestros antepasados, uno de los gestos más antiguos y reverentes, que acompañaban a la plegaria, era alzar brazos y manos hacia el cielo.
Con el tiempo, los brazos se replegaron y se cruzaron ante el pecho, colocando las dos muñecas sobre el corazón.
Cada una de estas posturas posee una lógica intrínseca y una intención obvia, puesto que Dios reside en el cielo y se tiene la creencia de que el corazón es la sede de las emociones.
Pero el origen de la práctica - mucho más reciente - de unir las manos formando una especie de triángulo, parece menos obvia, e incluso resulta intrigante.
No se la menciona para nada en la Biblia, y no apareció en la iglesia cristiana hasta el siglo IX.
Cierto es que, posteriormente, escultores y pintores la incorporaron en escenas que representaban épocas muy anteriores a su origen, pero al parecer este nada tiene que ver con la religión o la adoración, y sí mucho con la subyugación y la servidumbre.
Los historiadores de la religión remontan este gesto al acto de atar las manos de un prisionero, y aunque los juncos, las cuerdas o - más tarde - las esposas, siguieron cumpliendo su función de defensa de la ley y el orden, las manos unidas pasaron a simbolizar la sumisión del hombre respecto a su creador.
Así, pruebas históricas contundentes indican que la unión de las manos se convirtió en un gesto corriente y ampliamente practicado mucho antes de que se lo apropiara y lo formalizara la iglesia cristiana.
De hecho, bastante anteriormente a que enarbolar una bandera blanca simbolizara la rendición, un romano capturado podía evitar la muerte inmediata adoptando esta postura de las manos atadas.
Sin embargo, no ha sido ese el único origen, pues ya para los antiguos griegos el gesto tenía una connotación parecida, dado que se suponía que mientras era realizado contaba con el mágico poder
de refrenar a los espíritus ocultos, hasta que estos se doblegaran definitivamente con el dictado de un sumo sacerdote.
Pero también en la Edad Media los vasallos rendían homenaje, y prometían fidelidad a los señores feudales, uniendo las manos.
Por ello, ante prácticas tan evidentes, todas con una intención en común, el cristianismo asumió el gesto como signo de la obediencia total del hombre a la autoridad.
Claro que más tarde, muchos autores cristianos ofrecieron - y alentaron - un origen más piadoso y sin duda más pintoresco, como que las manos unidas representaban el puntiagudo campanario de una iglesia, pero eso es algo que, como se vio, dista mucho de ser la verdadera causa.
Una causa que en oriente sí ha sido siempre la misma, pues la versión con los dedos extendidos allí nunca dejó de formar parte de su amplio espectro de mudras, que son las determinadas posiciones de manos que se utilizan durante la meditación, para lograr que la energía se mueva de una manera concreta.
Precisamente, el mudra Namaste se hace en la India juntando las manos de igual forma, a modo de saludo y congratulación de la divinidad intrínseca en uno mismo o en el otro.
En Japón se hace igual, y con el mismo sentido, aunque se llame Gasho.
Y es que en todo hinduismo, la palma derecha representa la planta de los pies de Dios, mientras que la izquierda sería la cabeza del propio devoto.
La mano derecha representa la naturaleza más alta, la espiritual, mientras que la izquierda al ego mundano.
Ambas partes conectan en ese acto único y simbólico de sumisión y respeto...
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TAROT DE MáXIMO
fuente: buzoncatolico.es
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