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Otra creencia: Zen y budismo - MÁS DISTINTOS QUE IGUALES




Muchos no consiguen distinguir entre budismo y zen.

Mirando a bulto a menudo amalgaman, mezclando fenómenos que responden a dinámicas distintas, cuando no opuestas.

A algo como el zen, que intenta desvestirse de lo religioso (entre otros ropajes) y así dejar desnuda la vitalidad de cada cuerpo, le imponen el acartonamiento de la institucionalidad budista: doctrina, ceremonias, símbolos, códigos, jerarquías, niveles, autoridades, indumentaria, gestualidad, etcétera.

Dos patrones de experiencia disímiles quedan reducidos a simple relación de causa-efecto (decretan un zen nacido con Sidarta Gautama), suscitando el peaje que la parte ha de pagarle al todo en que se implica (dicen que el zen es una rama del árbol budista).

Sin embargo, y a pesar de siglos de confusión, algo irremediable los separa.

Se resume en el dibujo que en su camino cada uno traza: zen y budismo giran en sentido contrario.

El budismo transcurre antes que nada desde fuera hacia adentro, como opera toda cultura digna de su nombre: ofrece un corpus de textos, tradiciones, emplazamientos, hábitos, linajes.

Y es opción libre de cada individuo optar por caminos ya trazados, amoldándose a un paradigma que le llega hecho.

El zen, en cambio, procede por instinto desde adentro hacia afuera, como ocurre con la vida natural: sentidos, inteligencia y emociones se comportan cual plantas o animales.

La intervención exterior sin duda da forma al vacío, tono al silencio, ritmo a las pisadas.

Pero sabe que su asunto nunca se agota en una forma o lenguaje, verbal o no: en su raíz, lo vivo es vibración, onda transmisible, tallo inédito que brota, luna que surge ante los ojos y se alza.

Lo vivo no pide permiso.

El budismo es religión (sin dios, pero religión).

El zen, en cambio, es sentimiento oceánico.

Oscilando entre Claude Lévi-Strauss y Michel Hulin, cabría preguntarse: no será el zen una mística salvaje?

Coherente con su carácter, la racionalidad del budismo se resume en el dibujo del mandala, mientras no deja de espiritualizar (y, en eso, desmaterializar) el mundo humano.

Al zen le incomoda ser visto como religión, e incluso catalogado como escuela.

Iniciador del zen de la meditación sentada (zazen) en el Japón del siglo XIII (y máximo exponente al cabo de ocho siglos: zazen es lo único que del zen subsiste, en Japón o el extranjero) Eihei Dôgen nunca llamó zen a lo que prefería denominar, de modo abierto, 'la práctica'.

'Práctica' designa la herramienta con la que el zen conecta la persona con lo vivo y lo potencia, en primera instancia a través de la inmediatez de un cuerpo.

Es el argumento decisivo del zen: todo ocurre en una dimensión física, tangible, concreta.

El zen ofrece una experiencia donde la armonía corporal (absorción en la respiración mediante) reeduca la mente, estimula la imaginación, destraba los afectos, libera los sentidos.

Corrigiendo una escritura budista que cifraba la iluminación en cruzar a la otra orilla, Dôgen sostiene que todo consiste en volver a la orilla de lo propio.

El zen resulta un viaje de retorno a algo que ya somos, pero que habíamos perdido de vista u olvidado.

La práctica activa el regreso cotidiano a una vida plenamente humana: zambullirse en la actividad material, vivir la vida de los sentidos, hacerse independiente de los acontecimientos...





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otras creencias en
TAROT DE MáXIMO
fuente: artículo de Alberto Silva publicado en
Ñ (revistaenie.clarin.com)





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