Algo tiene el Titicaca.
Algo que despierta sensaciones irracionales, de misterio; inquietante en ocasiones y, otras, de una relajante placidez.
Uno de esos lugares que forman parte de la mítica del viaje.
El intenso azul oscuro de su superficie atrae a los viajeros, llegados desde los confines del planeta, al tiempo que los atemoriza.
Sobre todo al conocer que en determinadas zonas los fondos se encuentran a más de 280 metros bajo las aguas.
También por el hecho de que navegar a casi 4.000 metros de altura es algo que, a buen seguro, debe ir en contra de la naturaleza humana.
Un lugar de inconfundible estética, cultura y gastronomía andinas, por el que navegan hoy, como hace miles de años, los caballitos de totora, pequeñas embarcaciones confeccionadas con las hojas y tallos de ese junco, muy común en las zonas lacustres y pantanosas de América del Sur.
Esa misma planta es la base de otra de las particularidades del lago: las islas artificiales realizadas por los uros, comunidad indígena que interactúa con el lago en una prodigiosa armonía.
Cuando se desembarca en una de estas islas se tiene una extraña sensación, como de estar caminando sobre un mullido colchón vegetal.
Muchos las denominan islas flotantes, aunque la realidad es que están bien asentadas sobre el fondo del lago.
Las principales referencias para visitarlas son las localidades de Puno y Desaguadero, en la zona peruana, y Copacabana, en la boliviana.
En las tres localidades es bastante fácil encontrar hoteles y restaurantes sencillos, pero con una inconfundible personalidad andina, además de empresas que organizan otras excursiones en barco – como las que llevan a las islas del Sol y de la Luna, en la zona boliviana, y a la isla Suasi, en el lado peruano – y otro tipo de actividades con las aguas del Titicaca como principal protagonista.
Así pues, el lago es un lugar con una rica biodiversidad, enmarcado en una impactante escenografía, con el decorado de las cumbres nevadas de la Cordillera Real, que superan los 6.000 metros de altura.
En este escenario y contemplando el atardecer, es fácil comprender la magia y espiritualidad con que el Titicaca ha seducido a cuantos pueblos se han asentado en él, desde las culturas Chiripa (1.000 a 100 a.C.), Pucará (siglos II a.C. a VI d.C.) y, sobre todo, Tihuanacota - que dominó este entorno lacustre hasta el siglo X y edificó impresionantes construcciones - hasta la llegada de los conquistadores, allá por el siglo XVI, cuando la zona estaba dominada por el imperio inca, que lo consideró un lago sagrado.
La leyenda histórica cuenta que de sus aguas emergieron Manco Kápac y Mama Occllo, la pareja mitológica que dio origen al mismo.
Dice que en tiempos remotos, por consejo del Auka (espíritu del Mal) los hombres de esta zona altiplánica, sin hacer caso al mandatos de los Apus (dioses de las cumbres) trataron de coger la prohibida flor de fuego, y por eso estos enviaron una gran manada de feroces pumas, a fin de que les devoraran, pero habiendo sucedido la gran carnicería, Inti (el dios Sol) lloró la muerte de sus hijos.
Con sus lágrimas se formó el lago, y cuando resplandeció nuevamente sólo aquella pareja se había salvado del diluvio.
Fue entonces cuando vieron un espectáculo grandioso, pues delante de sus ojos se extendía el inmenso lago, y en él flotaban los pumas ahogados, mostrando sus panzas grises como la piedra, razón por la que enseguida le llamaron al lugar Titi-qaqa, 'puma de piedra'.
Es por ello que no es raro que sus descendientes sigan venerando esas aguas con manifestaciones religiosas y folclóricas de una vistosidad muy grande, la que seduce a cuantos visitantes se animan a llegar a tales alturas.
Y entre el año 2000 y el 2002, un equipo de científicos brasileños, italianos y bolivianos se sumergió en sus profundidades, en busca de vestigios de una antigua cuidad sumergida.
En esa oportunidad, crearon polémica, ya que decían haber encontrado restos de una cultura preincaica sumergida allí.
A partir de entonces no habido más revelaciones sobre el caso...
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fuente: Especiales Viajar
(elperiodico.com)