La actitud del Vaticano durante la II Guerra Mundial fue muy criticada por su pasividad con el nazismo, pero un historiador asegura que el silencio era parte de un plan para acabar con el Tercer Reich.
El papel de Pío XII durante los convulsos años de la Segunda Guerra Mundial ha sido siempre fuente de controversia.
Antes de que la fumata blanca anunciara su papado, en 1939, Eugenio Pacelli había sido un feroz crítico del nacionalcionalismo y un decidido defensor de la igualdad racial pero, como por arte de magia, a los pocos meses de ser nombrado sumo pontífice, sus críticas al Tercer Reich desaparecieron.
Sólo su primera encíclica durante la guerra mencionó directamente a los judíos por su nombre y, tras esta, mantuvo una posición pusilánime frente a Hitler.
Pero el historiador Mark Riebling asegura en su nuevo libro, Church of Spies (La Iglesia de los Espías, Basic Books), que todo este inexplicable silencio formaba parte de un plan del propio Pío XII para matar al führer:
- El último día, durante la guerra, en que Pío dijo públicamente la palabra 'judío' es, de hecho, el primer día en que podemos documentar su decisión de ayudar a acabar con Adolf Hitler - afirma.
Y asegura que el papa decidió hacer todo lo que estuviera en su mano para matar a Hitler – al fin y al cabo, el tiranicidio es un acto legítimo para los católicos desde tiempos de Santo Tomás de Aquino–, pero sus confidentes alemanes, muchos de ellos bien colocados en los servicios de inteligencia y el ejercito del Tercer Reich, le pidieron que no dijera, y perdón por el chiste, ni pío.
- Criticar abiertamente a los nazis - confesó uno de los conspiradores citados en el libro - habría convertido a los católicos alemanes en personas aún más sospechosas de lo que ya eran, y habría restringido su libertad de acción, y, por tanto, su trabajo de resistencia -.
Aunque el Vaticano carecía de un servicio de inteligencia como tal, contaba de facto con una nutrida red de espías: sacerdotes, monjas y católicos de todo tipo dispuestos a filtrar información a Roma, que a su vez, compartía lo que consideraba oportuno con la inteligencia de las potencias aliadas.
No es ningún secreto que un buena parte del clero alemán, y muchos fervientes católicos, apoyaron a Adolf Hitler en su ascenso al poder, pero la gran mayoría le retiró la confianza cuando vieron los colmillos del führer.
Hitler mantuvo una posición pública de reconocimiento oficial a la Iglesia católica durante los años de 'paz', pero en realidad no tenía ninguna simpatía hacia el catolicismo, algo que quedó muy claro tras la invasión de Polonia, cuando ordenó explícitamente la 'liquidación' del clero.
Esta decisión sorprendió incluso a sus generales.
Para el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la Abwehr (el servicio de inteligencia alemán), esta fue la gota que colmó el vaso: Hitler debía ser eliminado.
Canaris había conocido a Pío XII en los años 20, cuando Pacelli era entonces un diplomático del Vaticano en Alemania.
Y creía que era la persona indicada para dirigir un complot contra el führer: era discreto, realista y, lo más importante, odiaba profundamente a Hitler.
Además, pensaba que sería el único líder que respetaría la condición que ponía la resistencia interior al Reich para organizar un golpe contra Hitler, que después de su caída los aliados no reeditaran el tratado de Versalles, que había condenado a Alemania a la miseria.
El jefe de la Abwehr fichó como intermediario entre sus agentes dobles y el Vaticano a Josef Müeller, abogado, héroe de guerra durante la I Guerra Mundial, ferviente católico y, como sabemos hoy, uno de los más feroces opositores al Tercer Reich, que logró engañar a todo el mundo casi hasta el final de la guerra.
Así, Pío XII logró integrar a los británicos en el complot de la resistencia alemana para acabar con Hitler.
Él mismo aparece en los documentos de la trama como 'El jefe'.
Sólo puso dos condiciones: que Gran Bretaña aceptara una 'paz justa' para los alemanes, tras acabar con Hitler, y que mantuvieran siempre la operación en secreto, pues cualquier desliz condenaría a los rebeldes a una muerte segura.
Este acuerdo fue incluso puesto por escrito y acordado con Neville Chamberlain, aunque por el contrario, su sucesor (Winston Churchill), nunca confío en la capacidad y honorabilidad de los rebeldes nazis para sublevarse de forma efectiva.
Las ordenes religiosas, sobre todo los dominicos y los jesuitas, se volcaron en el plan, y contaban con la ayuda de los servicios de inteligencia ingleses y alemanes.
Pero, como sabemos, este nunca llegó a buen puerto.
Por qué?
Hitler, asegura Riebling, tuvo 'la suerte del diablo', y logró escapar a docenas de intentos de asesinarle: canceló mítines en los que había francotiradores dispuestos a matarle, llegaba tarde a desfiles en los que había bombas, se escapó por los pelos de que volaran por los aires su avioneta y salió ileso de un atentado en su propio búnker, en el que murieron varios de sus ayudantes más cercanos.
Tras este último intento de acabar con la vida de Hitler – la conocida Operación Valquiria, que tuvo lugar el 20 de julio de 1944 –, cayeron muchos de los protagonistas de la trama.
Canaris fue arrestado y condenado a la horca, y Müeller fue detenido y llevado a Dachau (donde sobrevivió, para convertirse después en uno de los fundadores de la UCD).
Los nazis descubrieron además la implicación del Vaticano en el asunto: había documentos de los conspiradores que estaban escritos en membretes de la Santa Sede.
Después del arresto de Mussolini, el 2 de julio de 1943, Hitler montó un gobierno títere en Italia – la República Social Italiana – y planeó su venganza contra el papa, encargando al general de las SS Karl Wolff que preparara un plan para ocupar la Santa Sede.
- Quería un estudio sobre cómo podían las tropas tomar el Vaticano, asegurar sus archivos, y arrestar al papa y la curia para que no cayeran en manos aliadas. Hitler deciría entonces si llevar a los dignatarios a Alemania o internarles en la neutral Liechtenstein - declaró Wolff posteriormente.
El general criticó abiertamente el plan, ya que pensaba que había muchas posibilidades de acabar disparando al papa, pero Hitler mandó que se ejectura de todos modos.
Felizmente no hubo tiempo, pues pronto los aliados liberaron Italia, entre otras cosas porque el propio Wolff mandó a sus tropas rendirse, sin permiso del führer...
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fuente: El Confidencial
(elconfidencial.com)