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No siempre se ha entrado en el detalle de la angustia padecida por Jesús como consecuencia del sometimiento de su divinidad al pecado personal de todos y cada uno de los que hemos venido al mundo.

Pero, cómo fue este momento? cuánto tuvo que soportar Jesús al derramarse sobre él todo este torrente de pecado?

Los evangelios no dan más detalle, pero a lo largo de la historia varios santos han tenido revelaciones o visiones místicas donde han podido contemplar este momento tan crucial.

Entre todos, Santa Ana Catalina Emmerick, religiosa alemana que vivió en el siglo XIX, tuvo en su lecho de enfermedad intensísimas experiencias místicas, la mayoría de las cuales quedaron registradas en unas anotaciones que el doctor que estaba a su cargo iba tomando.

En su momento, todos estos escritos (y los testimonios de testigos que la escuchaban mientras estaba en éxtasis), fueron objeto de intensos estudios, hasta que la Iglesia otorgó el 'nihil obstat', que indica la autorización para creer que estas revelaciones son verdaderas, aunque no forman parte de las verdades de fe que componen el credo católico.

Entre todos los cuadernos que se conservan de la santa, es de destacar el que recoge los últimos días de Jesús en la Tierra, así como lo que ocurrió tras la Resurrección, con todo lujo de detalle.

Esto se debe a que ella recibió la gracia de trasladarse en espíritu al lugar y tiempo en el que ocurrieron los hechos, narrando los mismos como si fuese un testigo real de aquel momento.

Respecto al acontecimiento del Huerto de los Olivos, impresiona sobremanera el siguente testimonio:

- Su tristeza y su angustia aumentaban; penetró temblando en la gruta para orar, como un hombre que busca un abrigo contra la tempestad; pero las visiones amenazadoras le seguían, y cada vez eran más fuertes. Esta estrecha caverna parecía presentar el horrible espectáculo de todos los pecados cometidos desde la caída del primer hombre hasta el fin del mundo, y su juicio. A este mismo sitio, al monte de los Olivos, habían venido Adán y Eva, expulsados del Paraíso, sobre una tierra ingrata; en esta misma gruta habían gemido y llorado. Me pareció que Jesús, al entregarse a la divina justicia en satisfacción de nuestros pecados, hacía volver su Divinidad al seno de la Trinidad Santísima; así, concentrado en su pura, amante e inocente humanidad, y armado sólo de su amor inefable, la sacrificaba a las angustias y a los padecimientos. Postrado en tierra, inclinado su rostro ya anegado en un mar de tristeza, todos los pecados del mundo se le aparecieron bajo infinitas formas en toda su fealdad interior; los tomó todos sobre sí, y se ofreció en la oración, a la justicia de su Padre celestial para pagar esta terrible deuda. Pero Satanás, que se agitaba en medio de todos estos horrores con una sonrisa infernal, se enfurecía contra Jesús; y haciendo pasar ante sus ojos pinturas cada vez más horribles, gritaba a su santa humanidad: 'Cómo, tomarás tú éste también sobre ti?, sufrirás su castigo?, quieres satisfacer por todo esto?'. Entre los pecados del mundo que pesaban sobre el Salvador, yo vi también los míos; y del círculo de tentaciones que lo rodeaban vi salir hacia mí como un río en donde todas mis culpas me fueron presentadas. Al principio Jesús estaba arrodillado, y oraba con serenidad; pero después su alma se horrorizó al aspecto de los crímenes innumerables de los hombres y de su ingratitud para con Dios: sintió un dolor tan vehemente, que exclamó diciendo: 'Padre mío, todo os es posible: alejad este cáliz!'. Después se recogió y dijo: 'Que vuestra voluntad se haga y no la mía'. Su voluntad era la de su Padre; pero abandonado por su amor a las debilidades de la humanidad temblaba al aspecto de la muerte. Yo vi la caverna llena de formas espantosas; vi todos los pecados, toda la malicia, todos los vicios, todos los tormentos, todas las ingratitudes que le oprimían: el espanto de la muerte, el terror que sentía como hombre al aspecto de los padecimientos expiatorios, le asaltaban bajo la figura de espectros horrendos. Vinieron ángeles a mostrarle en una serie de visiones todos los dolores que había de padecer para expiar el pecado. Mostráronle cuál era la belleza del hombre antes de su caída, y cuánto lo había desfigurado y alterado ésta. Vio el origen de todos los pecados en el primer pecado; la significación y la esencia de la concupiscencia; sus terribles efectos sobre las fuerzas del alma humana, y también la esencia y la significación de todas las penas correspondientes a la concupiscencia. Le mostraron, en la satisfacción que debía de dar a la divina Justicia, un padecimiento de cuerpo y alma que comprendía todas las penas debidas a la concupiscencia de toda la humanidad; la deuda del género humano debía ser satisfecha por la naturaleza humana, exenta de pecado, del Hijo de Dios. Los ángeles le presentaban todo esto bajo diversas formas, y yo percibía lo que decían, a pesar de que no oía su voz. Ningún lenguaje puede expresar el dolor y el espanto que sobresaltaron el alma de Jesús a la vista de estas terribles expiaciones; el dolor de esta visión fue tal, que un sudor de sangre salió de todo su cuerpo. El Salvador vio con amargo dolor toda la ingratitud, toda la corrupción de los cristianos de todos los tiempos; juntaba las manos, caía como abrumado sobre sus rodillas, y su voluntad humana libraba un combate tan terrible contra la repugnancia de sufrir tanto por una raza tan ingrata, que el sudor de sangre caía de su cuerpo a gotas sobre el suelo. Yo vi con horror todos esos ultrajes; desde la irreverencia, la negligencia, la omisión, hasta el desprecio, el abuso y el sacrilegio; desde la adhesión a los ídolos del mundo, a las tinieblas y a la falsa ciencia, hasta el error, la incredulidad, el fanatismo y la persecución...-.

Tremendo, no?

Significa esto que, de alguna manera, todos hemos desempeñado un papel en Getsemaní!

Por un lado, en mayor o menor grado hemos contribuido a la carga de dolor nauseabunda por nuestro pecado personal, pues Jesús tuvo que asumir en su divinidad esta carga de pecado; pero por otro lado, también tenemos la oportunidad de formar parte de ese alivio que consistía en contemplar los frutos de su entrega en la cruz.

Es decir, por este misterio derivado de la contemplación que vivió Jesús, todos tenemos la oportunidad, el privilegio y la responsabilidad de aliviar la carga de dolor del trance de Getsemaní.

Diríamos que la Misericordia de Dios ha sido tan grande con el hombre, que le ha otorgado incluso el privilegio de poder ser Uno-con-Cristo, hasta el extremo de que se le ha otorgado un papel de participación no sólo en la propia redención del hombre (cuando unimos nuestra cruz a la de Cristo), sino también un papel de amigo intimísimo de Jesús, al que podemos unirnos de forma especial en sus momentos más amargos.

Gran oportunidad esta para reparar por tanto daño y para resarcir en parte la dolorosa Pasión de Cristo, es decir, la gran ofrenda que tan cara tuvo que pagar como única víctima expiatoria.

Tomemos pues en serio este regalo tan especial, y no olvidemos esta oportunidad de consuelo en nuestra ofrenda diaria personal...




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fuente: artículo de manolo.dj
publicado en Signo de contradicción
(signumcontradictionis.blogspot.com)



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