Ezekiel Emanuel publicó un ensayo en The Atlantic en el que decía que, definitivamente, preferiría morir alrededor de los 75 años de edad.
Y explicaba que le parecía mejor hacer mutis con todas sus facultades intactas, que con una triste y débil declinación.
Si Zeke muere a los 75 años, es probable que se pierda sus años más felices.
Cuando los investigadores le piden a la gente que evalúe su bienestar, los veinteañeros se asignan una puntuación muy alta.
Después viene una declinación conforme se van entristeciendo en la madurez, que toca fondo hacia los 50 años.
Pero desde ahí, el nivel de felicidad se dispara: los viejos son más felices que los jóvenes, los de 82 a 85 años se dan mayor puntuación!
Los psicólogos que estudian esta curva en U tienden a señalar que los viejos son más felices debido a cambios en el cerebro.
Por ejemplo, cuando se muestra una multitud de rostros, los jóvenes inconscientemente tienden a mirar a los que consideran una amenaza.
Pero la atención de los viejos va hacia los rostros felices.
Los viejos son más relajados en promedio.
Se evitan parte de la carga de pensar en el futuro y, en consecuencia, obtienen mayor placer del presente con sus rutinas.
Mi problema con muchas de las investigaciones sobre la felicidad en la vejez es que son muy deterministas.
Tratan el proceso de envejecimiento emocional igual que al envejecimiento físico: como un proceso biológico, químico y evolutivo, que le ocurre a todo ser vivo.
Yo quisiera pensar que la felicidad de los ancianos es un logro, no una condición; que la gente sabe vivir mejor a través de sus esfuerzos y por dominar determinados talentos.
Quisiera pensar que el humano mejora continuamente en su enfrentamiento con los desafíos de la vida.
En la edad madura se enfrentan a retos estresantes que no pueden controlar, como tener hijos adolescentes.
Pero en la vejez tienen más control sobre los desafíos a los que se enfrentan y saben manejarlos mejor.
Aristóteles nos enseña que ser una buena persona no es cuestión solamente de aprender reglas morales y de seguirlas.
Es cosa de desempeñar bien los roles sociales: ser un buen padre, un buen maestro, un buen abogado o un buen amigo.
Es fácil pensar en algunas de las habilidades que mejoran con el tiempo.
Primero está el bifocalismo: la capacidad de ver la misma situación desde varios puntos de vista.
Anthony Kronman, de Yale, escribió:
- Cualquiera que haya usado lentes bifocales sabe que se necesita tiempo para aprender a pasar de una perspectiva a otra y combinarlas en un solo campo visual. Lo mismo puede decirse de la deliberación. Es difícil ser compasivo y, en ciertos casos, es igualmente difícil ser desapegado. Pero lo que es más difícil de todo es ser compasivo y desapegado al mismo tiempo -.
Sólo con la experiencia puede una persona llegar a ver una situación con carga emocional tanto de cerca, con intensidad emocional, como de lejos, con perspectiva desapegada.
También está la ligereza, esa capacidad de estar a gusto con los inconvenientes de la vida.
En su libro Lighter as We Go, Jimmie Holland y Mindy Greenstein sostienen que, si bien los ancianos van perdiendo la memoria, también aprenden que la mayoría de los reveses no son el fin del mundo.
La ansiedad es el mayor desperdicio de la vida.
Si sabemos que nos vamos a recuperar, podemos ahorrar tiempo y dejar eso atrás más pronto.
- La capacidad de aligerarnos sobre la marcha es una forma de sabiduría que implica a no angustiarnos por cosas mezquinas -, dicen Holland y Greenstein.
- Hay que aprender a no tener interés en un resultado determinado -.
Por último, las mentes experimentadas tienen una conciencia intuitiva del panorama de la realidad, un instinto respecto de cómo van a fluir las cosas.
En The Wisdom Paradox, Elkhonon Goldberg detalla las numerosas formas en que el cerebro se deteriora con la edad: las células del cerebro mueren, las operaciones mentales pierden velocidad.
Pero una vida de esfuerzo intelectual puede generarnos empatía y hacernos ver las pautas.
Es reconfortante saber que, para muchos, la vida se vuelve más feliz con la edad.
Pero es más útil saber cómo puede mejorar el individuo al hacer lo que hace.
El objetivo de la cultura es trasmitir esa sabiduría a los jóvenes; poner un corazón milenario en un cuerpo todavía joven...
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fuente: David Brooks (The New York Times)
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